¿Recuerdas Lola?
Un escrito que empezó en la madrugada y termino en el Transmilenio |
¿Recuerdas Lola que te llenabas de suspiros con el olor cálido y fresco del perfume que brotaba tu padre, después de cada abrazo, apretón de manos, y tazas de café que te llevaba a la cama?
En verdad te veías feliz, especialmente cuando le sacabas la lengua, les hacías ‘pistola’ y te disfrazabas de niña fuerte a ellos que trataban de hacerte daño o por el contrario, se quedaban perplejos, mirándote porque tus ojos claros y blancura espesa deslumbraban siempre.
¿Recuerdas las explicaciones rebuscadas que le compartías a los niños sobre cada cosa que existía en el mundo? Esa vez en la finca que alguna vez tuvo tu padre, le enseñabas la pala mágica a los niños más pequeños del campo, decías que de ella nacían pelotas comestibles que inflamaban panzas a los más flacos y hambrientos de este planeta, hablabas que la tierra, el pasto, era la cama preferida de las vacas y que las montañas envueltas de nube bajita, estaban felices porque sentían todas las mañanas, los besos que Dios les regalaba.
Lola eras tan única, tan ‘mueca’ y rubia que ni el sol ni la lluvia afectaban lo radiante de tu sonrisa sin dientes y tu cabello a medio peinar.
Eras pequeña Lola pero tan fuerte que nada en el mundo te importaba tan solo los abrazos de tu papá, la felicidad de tu mamá y los escritos cursivos de tu ‘libreta de los chécheres’ marcada con chorritos de café y con pegotes de jugo de fresa.
Hablaste cosas de grandes hasta tus 7 años, les decías a tus compañeras que besar era la forma en que los adultos hacían el amor, decías, que los esposos eran simples mejores amigos que sabían que la mejor cura para las lágrimas y el dolor eran los abrazos y las caricias. ¿Lo recuerdas? Eras coqueta y no sabías que lo eras, odiabas a los niños y al cumulo de papelitos que llenaban tu bolsillo con “Si no eres mi novia ¿me regalas tus ojos o tu boca?”
Aunque seguías viéndote sonriente, radiante y espontánea, como siempre, en tu interior te sentías sola y triste, no lo demostrabas por nada en el mundo y menos cuando atrapabas todas las noches a tu papá para contarle historias que narrabas con un discurso teatral imposible de olvidar.
Eras tú, pero ya no eras la misma, habías cambiado y cada vez más se notaba que el mundo entero te importaba, tu padre se había convertido en una persona más en tu vida, ya no escribías Lola, ya no contabas historias y tus ojos pasaron a ser chiquititos e inexpresivos, lo mismo le pasó a tu sonrisa, ya era un tinte ocasional y fugaz.
¿Recuerdas Lola?, creciste, eres grande y sensual, pero te enamoraste y te apagaste, pasaste a formar parte del mundo casual y la vida, la que tanto amaste la dejaste en el olvido.
Recuerdas, ¿cómo eras Lola?
¡Lola! Es hora de escribir, levántate, despierta y llena de olvido a los malos aires que respiran por ti, regresa, quiero escucharte contar una nueva historia.
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